Un Consejo Deliberante cada vez más lejos.
El Concejo Deliberante de 25 de Mayo atraviesa una profunda desconexión con la sociedad. Cruces, gritos y acusaciones reemplazan al debate y la gestión, alejando cada vez más a los representantes de los vecinos que deberían defender.
📅 20/10/2025
✍️ Por Rodrigo David Spinetta
En los últimos años, la política parece empeñada en alejarse cada vez más de la gente. O, mejor dicho, muchos de quienes la ejercen se encargan de hacerlo, mostrando sesión tras sesión sus peores versiones. Salvo honrosas excepciones, la mayoría cae en la mediocridad que hoy caracteriza a la mal llamada “clase política”. El Honorable Concejo Deliberante de Veinticinco de Mayo no escapa a esta realidad. Hace tiempo que el vecino común ya no sabe quiénes son sus concejales, qué proyectos han presentado —si es que lo hicieron— ni a qué espacio político pertenecen. Esta distancia entre la sociedad y sus representantes se fue profundizando, alimentada por el desencanto ciudadano, pero también por la falta de conexión y compromiso de muchos ediles. La consecuencia es clara: la gente vota sin saber a quién, desconoce quiénes terminan su mandato y quiénes continúan, e incluso se pregunta para qué están y qué hacen.
                            No hay que olvidar que los concejales son los verdaderos representantes del pueblo. Su rol no se limita al ámbito legislativo: también deben velar por los intereses de todos los veinticinqueños, controlando al poder ejecutivo. El gobierno de turno —quien ocupe el sillón de Liborio Luna— debe saber que existe un Concejo fuerte y atento, capaz de ejercer su función de contralor. Esa es, precisamente, su obligación: marcar, investigar y actuar cuando algo no está claro. Por eso es fundamental conocer quiénes son nuestros concejales, para exigirles que cumplan su tarea y protejan el interés público. Lo ocurrido este lunes en el recinto fue un verdadero bochorno. En una sesión que ya se preveía tensa, el intendente Ramiro Egüen irrumpió a los gritos y, con la anuencia de los concejales, se sentó en el estrado para iniciar una disputa verbal cargada de acusaciones graves. El debate derivó en gritos, cruces personales y denuncias de corrupción, en un clima que poco tiene que ver con el respeto institucional que debería imperar. Una vez más, el Concejo Deliberante perdió autoridad y credibilidad ante la sociedad. Porque cuando se mezcla lo político con lo personal, el argumento con el interés propio, y lo real con lo absurdo, el resultado siempre es el mismo: la pérdida de confianza. Ya no importa si la culpa fue del intendente exaltado o de los concejales que lo permitieron. Tampoco si el presidente del cuerpo actuó o no como correspondía. Lo verdaderamente preocupante —y triste— es que el Concejo Deliberante sigue cada vez más lejos de la gente. Se ha transformado en un escenario de acusaciones y defensas, vacío de espíritu y compromiso con los vecinos que debería representar.
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